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28 abril 2011

ANTIGUA NATURALEZA. PARTE II

PARTE II

Bueno, veamos: hoy es domingo, son casi las cuatro de la tarde y no tengo panorama programado. Mi BlackBerry lo mantengo apagado en domingo para desconectarme de la pega un ratito, así que estoy inubicable. Tampoco me dan ganas de llamar a nadie. Tengo ganas de estar solo.

Pienso que debo ir a pasear a alguna playa de por aquí cerca. Conduzco un par de horas y llego a una playa sensacional, no se ve ni un alma, pero por lo menos hay mar, y donde hay mar hay energía. Justo lo que necesito: mucha energía.

En la orilla hay unos lugareños que se ganan la vida recogiendo unas algas brillantes que las venden a precio de huevo, para que luego algún fulano las exporte al oriente y vuelvan enfrascadas en unas cremas carísimas que ni tienen olor a alga. Y la señoras las compran como pan caliente, con la secreta esperanza que se les borren, o por lo menos se les atenúen las arrugas; si a las viejas les puedes vender cualquier lesera, con tal de prometerles lo imposible. Se me ocurrió llevarle un atadito de estas algas a mi mamá para que vea la porquería que se echa en la cara.

Me concentro en los montones de algas apilados en la orilla, parecen miles de lucecitas saludando alegres a los visitantes. El brillo del sol se refleja en ellas. Me imagino que están contentas de saber que ahora sirven para algo más que enredarse en las piernas de los bañistas. Tengo ganas de conversar con el pescador de algas, me acerco un poco, inhalo profundamente el aire marino y me doy cuenta que esta sensación es más estimulante que inhalar la basura de anoche. El aire entra con fuerza a mis pulmones purificando cada pensamiento. Exhalo relajado y sin prisa, botando la inmundicia de mi cuerpo, por fin. Repito el ejercicio unas cuantas veces, miro el horizonte y levanto los brazos. En ese instante entra una idea loca a mi cabeza: sospecho que tiene que existir en algún lugar del universo – o fuera de él. En otra dimensión, por ejemplo – un ser superior que tenga la capacidad creativa para haber inventado esta playa y su entorno plagado de belleza, que se traduce en un paisaje diseñado a la perfección. Eso sí, que el cuento del dios no me lo trago, lo encuentro muy absurdo, como también encuentro ilógico las historias del cielo y del infierno. Cómo si sólo hubiesen dos opciones: si eres bueno te vas a al cielo y si eres malo te vas al infierno. No creo que sea así de simple. El problema radica en la subjetividad y relatividad de los conceptos del bien y del mal. Cómo saber qué es la verdad, lo real, lo perfecto, lo bueno, lo eterno. Porque algunas religiones te dicen que hay que matar a los individuos que están en contra de sus creencias, pero en otras te dicen que las vacas son sagradas. ¿Qué valdrá más? La vida de un hombre que piensa distinto a otro, o la vida de una vaca. Necesito hablar con alguien, las dudas alimentan mi ansiedad.

-¡Hey! Hola, como anda. Está rico el día. – El pescador se da vuelta asustado. Parece que le hablé muy fuerte.

– Buenas tardes. Sí, en la mañana estaba un poco nublado pero ya está despejadito. – Contesta el hombre. Apenas hubo dicho esto le cambia el semblante y ahora sonríe. Me fijo en las marcas moradas de sus piernas y pienso que el agua debe estar bastante helada. Qué lástima que hoy no vi el amanecer, no tenía idea si había estado nublado. No me quedaba otra que creerle.

– ¿A cuánto el kilo de algas? – Le pregunto mientras disfrutaba sintiéndome pequeño ante la inmensidad del mar.

– Estas son pelillo, me las compran a ocho gambas el kilo – Contesta sin descuidar su labor. Comienzo a sacar cuentas y no debe ser mal negocio, después de todo estando mojadas pesan harto.

– Claro que me las pesan secas, y viera usté que secas no pesan naíta po’oiga – Contesta nuevamente; esta vez adivinando mis pensamientos. Saco cuentas nuevamente y calculo que es todo un día de trabajo, todos los días, para apenas puro comer.

El mundo es muy desigual. Si en realidad hubiera un dios no podría permitir este tipo de injusticias. No creo que un Ser perfecto, el mismo que hubo creado este maravilloso escenario que tengo ante mis narices, pueda estar tan tranquilo sentado en su trono haciéndose el leso.

Me deprime un poco este caballero, comienzo a sentir remordimiento de la vida que llevo. Es cierto que no ha sido perfecta, después de todo nada es perfecto, pero por lo menos nunca he tenido que enfrentarme a la inseguridad, al temor, o a la angustia de la incertidumbre. Incertidumbre acerca de si mañana podré alimentarme. Siempre tengo comida de sobra, incluso a veces tengo que tirarla a la basura porque no me apetece comer dos días seguidos lo mismo. ¡Qué locura! De verdad siento remordimiento. Esta vez es más real de lo acostumbrado. No me gusta esta sensación. Me descoloca.

Imagino mi alma: pequeña, impotente, muerta. Cubierta por una gruesa capa de culpa. Me la imagino oprimida y lastimosa. Incapaz siquiera de pedir auxilio. ¡Pobrecita mi alma! Me gustaría ayudarla, salvarla. El problema es que no sé cómo hacerlo.

Ahora estoy sentado en la arena, sintiendo una pena atroz pero con claridad de pensamiento. Miro al cielo – que a propósito hoy está más hermoso que de costumbre – y justo alcanzo a divisar unos rayos de sol colándose entre unas pocas nubes. Unas gaviotas giran alrededor de aquellos rayos. Su vuelo se asemeja a algún tipo de danza tribal, ceremonioso pero festivo, cuyo objetivo no es otro que agradecer el calorcito que les proporciona el rey sol.

Bajo la mirada y me concentro en los millones de granos de arena dorados. Tomo un puñadito en mi mano y la dejo deslizarse por entre los dedos. Caen suaves para confundirse de nuevo con su hábitat. En mi mano, esos granitos brillan resplandecientes e intensos, pero a medida que caen, su brillo se pierde y se apaga. Vuelvo a coger un puñado de arena y vuelvo a soltarla. Repito el ejercicio un par de veces más porque es relajante. Imagino que cada grano de arena es un alma muerta, sin opción. Y mi mano, una especie de redentor o rescatista que les regala un mundo nuevo, donde ellas puedan brillar con tal intensidad que nunca más deseen volver a confundirse con la arena común y corriente.

Unos gritos de niños hacen que vuelva la cabeza y los veo allí, a pata pelada, corriendo hacia la orilla. Hacen carrera para ver quien llega primero al lado de su papá. Uno de los niños tiene la cara llena de picadas de zancudos, como con alergia. Se nota que se las había pellizcado. El pelo lo lleva bien despeinado y hasta medio enredado. Andaba con unos jeans bien desteñidos y cortados a media pierna a modo de shorts y una polera tan apretada que se le veía el ombligo. El otro niño es más guagüita, como de dos años y solo llevaba puestos unos calzoncillos bastante jetones. Como era de esperar, el mayor le ganó la carrera al menor. Igual lo espera pacientemente para ir juntos a saludar a su papá. Lo toma de la mano y lo arrastra con cariño hacia la orilla húmeda. El papá-pescador-de-algas-baratas los mira con ternura y extiende los brazos. Tanto los extiende que parecía como si se les alargaran. Los niños se refugian en aquellos brazos anchos, helados por el contacto con el agua de mar, pero encendidos con el amor que emana y explota del corazón del padre; un amor infinito e incondicional por sus dos pequeños hijos. Entonces, la alegría de ellos revienta en unas sonoras carcajadas que invaden toda la playa.

Sin percatarme se me escapa lentamente una lágrima. Ahora ya no siento pena por ese hombre que tiene que sacrificarse a diario para poder alimentarse. Ahora siento pena por mí, porque yo soy el pobre y el miserable, incapaz de amar, incapaz de vibrar con las cosas simples, bellas, gratuitas.

Pensándolo bien, si existiese un Dios creador de la tierra, del universo y del hombre – hipótesis que ciertamente podría ser verdadera – no lo veo encarnado en un ente perversamente injusto ni arbitrario en la toma y ejecución de sus decisiones. Muy por el contrario. Lo imagino más bien como si fuera una especie de Gran Espíritu, majestuoso, increíblemente sabio y bondadoso. Pudiera también estar ofreciendo pagar un rescate por el alma de quienes lo busquen. Y el alma, una vez liberada, puede ser capaz de mirar lo bueno, lo agradable. Y entonces, puede cambiar una vida vacía y sin sentido por otra vida; una vida real, eterna.

Todavía no se habían soltado del abrazo cuando decido levantarme y dejarlos gozar ese momento. Ya al lado del Jeep, vuelvo la mirada y alcanzo a ver a la madre de los niñitos que se acercaba a la orilla. Llevaba una canasta colgando del brazo. Era una mujer pequeña, redonda y morena. Su rostro delataba las largas horas que pasaba bajo la mirada incansable del sol abrasador. En su rostro se reflejaba además una paz que se asomaba en sus pupilas y reventaba en su sonrisa.

Trato de abrir las puertas de mi automóvil. Creí que me iba a costar desactivar la alarma, porque ando con las pilas agotadas, pero apenas aprieto el botoncito se levantan inmediatamente los seguros de las cuatro puertas. – ¡Milagro! – pensé. Que agradable sensación se experimenta cuando todos tus sentidos vuelven a conectarse con tu alma. Me siento completo, tan pleno, que hasta el más mínimo detalle favorable se torna merecedor de reconocimiento y digno de agradecer.

Mientras conduzco de regreso a mi casa, trato de captar la esencia de mi entorno  inmediato, aprovecho cada metro de naturaleza, cada metro de vida. Miro por el espejo retrovisor, lo acomodo para reflejarme en él. Me miro, y al instante me regalo una sonrisa, creyendo por fin estar seguro de haber encontrado la solución para resucitar mi alma. Acomodo nuevamente el retrovisor y lanzo una última mirada hacia atrás, hacia la antigua naturaleza.

FIN

Nota del autor:

Este cuento es ficticio y no tiene intencion de darle una explicación real al proceso de salvación ofrecido por nuestro Señor Jesucristo.

Si desea conocer el evangelio de Jesucristo, puede ponerse en contacto conmigo a través de este  blog.

12 May 2009

La Cruz y el Velo del Templo

SERASGAELVELO Nadie se puede llamar a si mismo cristiano, si no ha estudiado en el Antiguo Testamento el tabernáculo donde moraba Dios en el pasado, cuando se reveló veladamente a Su Pueblo, los Judíos.

El diseño tan específico del tabernáculo, nos puede ir enseñando acerca del propósito que tenía Dios con Su Pueblo.

No voy a hacer en esta entrada un estudio profundo de este tabernáculo, porque eso es tarea de cada uno de ustedes, dentro de sus obligaciones semanales como siervos del Reino.

Lo que hoy me insta a escribir es la relación del velo del tabernáculo – o del Templo en los días que Jesús vivió en la tierra – con la cruz del calvario.

Quiero citar a Tozer aquí  ya que considero que sus palabras en relación al velo pueden ayudarnos a comprender la magnitud de nuestra maldad.

La omnipresencia de Dios es una cosa, y es un hecho solemne, necesario para su perfección. Pero la manifestación de su presencia es otra cosa muy distinta. Y hemos huido de la presencia de Dios, como huyó Adán cuando se ocultó entre los árboles del huerto, o hemos exclamado como Pedro, «¡Apártate de mí, Señor, que soy hombre pecador!»

La obra completa de Dios en la redención tiene por objeto desbaratar los efectos de aquella vil sublevación, y ponernos otra vez en correcta y eterna relación con él. Para eso es necesario que nos despojemos de nuestros pecados, que se efectúe la entera reconciliación con Dios y vivamos de nuevo en su presencia como antes. La gracia proveniente de Dios es la que nos induce a buscarle y volver a su presencia.

No he encontrado palabras mas sencillas para explicar el fenómeno de nuestra rebelión y de nuestro gran problema existencial. El quid de toda la existencia humana – ya lo decía Salomón – es ésta: «Teme al Señor y guarda sus mandamientos», pero ¿cómo podemos hacerlo? La respuesta es intelectualmente simple de entender, pero demasiado compleja para ponerla en práctica. Tan compleja que se necesita que el Todopoderoso creador de los cielos y la tierra, venga en nuestro auxilio.

La respuesta la encontramos en la cruz del calvario, en el drama cósmico de Dios muriendo como el mas vil, menospreciado y maldito de todos los hombres. Cuando Cristo derrama toda su Sangre para nuestra Justificación delante del Padre, y por consiguiente muere,  sucede algo extraño en el templo que estaba en Jerusalén; el velo que separaba el lugar santo del santísimo se rasga de arriba a abajo y se parte en dos.

Aun cuando un creyente se goce estando en el culto, eso no quiere decir que ha entrado a la presencia de Dios. Hay otro velo que separa el lugar santo del santísimo. Lo más importante del Tabernáculo era que la presencia de Jehová estaba allí. Allí, detrás del pesado velo, estaba Dios. Del mismo modo la presencia de Cristo en el alma del creyente es el hecho más importante del cristianismo.

La clase de cristianismo actualmente de moda parece tener una noción solamente teórica de la presencia de Dios. Los que lo enseñan no parecen entender el privilegio que tiene el
cristiano de saber que cuenta con la presencia de Dios. Se dice que estamos en la divina presencia posicionalmente, pero nada se menciona de la necesidad de estar en esa presencia experimentalmente. El fervor ardiente que inflamó a tantos hombres de Dios en el pasado parece haber desaparecido completamente. La actual generación de cristianos se mide a sí misma por esta medida imperfecta. Un contentamiento innoble ha reemplazado al celo ardiente. Nos declaramos satisfechos con nuestras posiciones legales y poco nos importa la presencia o no presencia de Dios en nuestra vida.

Tozer está hablando de esa postura intelectual, de llamarse cristianos nominalmente y no experiencialmente, de esos cristianos que no tienen deseo por Dios y que su corazón no se inflama al saber que puede estar en su presencia. Algunas personas van a un culto dominical y alegan que no les gustó la alabanza. ¡¿Qué?! ¿acaso estamos pagando entrada como a un concierto para salir satisfechos y contentos por cómo nos sentimos nosotros con las canciones allí entonadas? Dónde quedan esas lecturas del Apcalipsis donde podemos encontrar a los 24 ancianos adorando al Rey Supremo con todo lo que poseen, y postrados con todo su ser gozándose en glorioficar al que es digno de toda alabanza.

Pero el más alto grado del amor de Dios no es intelectual, sino espiritual. Dios es espíritu, y únicamente el espíritu del hombre puede llegar a conocerlo en realidad. El fuego divino debe arder en las profundidades del espíritu del hombre. Al no ser así, el amor del hombre no puede ser verdadero amor de Dios. Los grandes en el Reino de Dios son aquellos que lo han amado a El en el espíritu más que otros.

Los corazones capaces de quebrantarse hasta lo sumo, movidos por el amor al Dios trino y único, son aquellos que han estado en presencia de la Deidad, y la han contemplado con ojos despejados. Los hombres de corazón quebrantado son incomprensibles para la gente común. Ellos hablan habitualmente con autoridad espiritual. Han estado en la presencia de Dios, y hablan de lo que han visto allí. Son profetas, no escribas. El escriba habla de lo que ha leído; el profeta relata lo que ha visto. Esta distinción no es imaginaria. Entre el escriba que ha leído y el profeta que ha visto hay una separación abismal. Hoy en día tenemos infinidad de escribas, pero muy pocos profetas.

Y sucede que cuando un cristiano ha estado en la presencia de Dios, y habla con autoridad, se gana el desprecio y el aborrecimiento de todos los demás que no lo comprenden por hablar con un denuedo similar al de los orgullosos cuando se jactan de sus propias justicias. Pero cuando alguien habla por su propia cuenta, a ese lo escuchan. Cuando un profeta habla de lo que ha visto y oído, a ese lo desprecian y lo insultan ¡Podíamos pedir algo menos! No, porque ya lo había dicho nuestro Señor: «Si al padre de familia  llamaron Belzebú, ¿Cuánto más a los de su casa?»

Le oímos decir al novio, «Déjame ver tu rostro, déjame oír tu voz, porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto» (Cantares 2:14).Nos damos cuenta que estas palabras se dirigen a nosotros, sin embargo, tardamos en responder a ellas. ¿Qué es lo que nos impide entrar? ¿Qué es ese algo? No es otra cosa que el velo de separación que conservamos en el corazón. Este velo impide que veamos el rostro de Dios. Y no es otro que el velo de nuestra naturaleza humana caída, que aún no ha sido juzgada, crucificada y repudiada dentro de nosotros. Es el velo, de la supervivencia de nuestro «yo,» que nunca hemos querido doblegar, y que no hemos sometido a la crucifixión. Este velo sombrío nada tiene de misterioso, ni es difícil identificarlo. Basta que echemos una mirada a nuestro corazón para que
lo veamos, recosido y remendado y reinstalado, verdadero enemigo de nuestra vida y real impedimento de nuestro progreso espiritual.me atrevo a mencionar los hilos con los cuales se ha tejido ese velo interior. Está entretejido con los delicados hilos del egoísmo, cruzados con los pecados del
espíritu humano. Esto no es algo que nosotros hacemos, sino algo que nosotros somos, y en esto reside su sutileza y poder.
Para ser específicos, estos pecados del ser interior son la justificación propia, la propia conmiseración, la autosuficiencia, la admiración de sí mismo y el amor propio. Y otra cantidad de pecados semejantes. Ellos están tan profundamente metidos en nuestra naturaleza, y son tan
semejantes a nuestro modo de ser que es muy difícil verlos, hasta que la luz de Dios se enfoca sobre ellos. Las manifestaciones más groseras de estos pecados, egoísmo, exhibicionismo, autoalabanza, que exhiben aun grandes líderes cristianos, son toleradas en los círculos más
ortodoxos, aunque parezca extraño que lo digamos. Muchas personas llegan hasta identificarlos con el evangelio. No es cinismo decir que dichas cualidades han llegado a ser requisito
imprescindible para lograr popularidad y prestigio. La exaltación del individuo, más que la de Cristo, es tan común que a nadie le llama ya la atención.
Podría suponerse que la correcta enseñanza de la depravación humana y la justificación en Cristo, nos librarían de estos feos pecados, pero no es así. El pecado del yoísmo es tan
presuntuoso que puede medrar al lado mismo del altar. Puede ver morir a la sangrante Víctima, sin inmutarse en lo más mínimo. Puede defender con calor las doctrinas fundamentales y predicar con elocuencia la salvación por gracia, y sentirse halagado por estos esfuerzos. Hasta el mismo deseo de buscar a Dios parece servir para que el yoísmo se afirme y crezca.
El «yo» es el velo opaco que nos oculta el rostro de Dios. Lo único que puede quitarlo es la experiencia espiritual, nunca la instrucción religiosa. Tratar de hacerlo así es como querer
curar el cáncer con tratados de medicina. Antes que seamos librados de ese velo, Dios tiene que hacer una obra destructiva en nosotros. Tenemos que invitar a la cruz que haga su obra dentro de nosotros. Debemos poner nuestros pecados del «yo» personal delante de la cruz para que sean juzgados. Debemos estar dispuestos a sufrir cierta clase de sufrimientos, tales como los que sufrió Jesús cuando estuvo delante de Pilato.

Me gustaria citar todo el capítulo que Tozer dedica a meditar acerca del velo, pero es imposible hacerlo por este medio. Lo único que puedo hacer es instarlos a leer esta maravillosa literatura para que se gocen en estas verdades eternas.

Por último una recomendación muy valiosa: «Tengamos cuidado de no tratar chapuceramente con nuestra vida interior con la esperanza
de rasgar nosotros mismos el velo. Dios tiene que hacer eso. La parte nuestra debe ser entregarnos y confiar. Debemos confesar, desechar, resistir nuestros antojos y egoísmos, y darnos por co-crucificados con Cristo. Pero esta co-crucifixión no debe ser una laxa «aceptación»
de Cristo, sino una verdadera obra hecha por Dios. No podemos conformarnos solamente con creer en una bonita y agradable doctrina de la crucifixión del yo. Si esto hiciéramos, estaríamos imitando a Saúl, que sacrificó algunas cosas, pero reservó para sí lo mejor del despojo»

Que Dios nos ayude y nos socorra cuando nuestra alma pide a gritos su miericordia.

«Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero»

Juan 6:37-40

5 abril 2009

Atributos de Dios: La Soberanía

olas-de-mar1 Una de las preguntas que debe hacerse todo buen cristiano – y el que está meditando en acercarse al cristianismo – es: ¿Qué se entiende por soberanía de Dios? ó ¿Dios es soberano sobre todo y todos, o hay alguna decisión que pertenezca sólo al ser humano en la que Dios no interviene y por ende debiera respetar?

Si meditan en esta pregunta, pueden verseles ahorrados un sinnúmero de problemas futuros respecto a la doctrina o enseñanza bíblica acerca de quién y cómo es Dios. Entre las congregaciones cristianas que creen que Jesucristo es Dios, que Dios es uno y tres (doctrina de la trinidad), que vino a ofrecernos salvación (¿de qué? esa es otra pregunta), que Jesús es Dios y hombre a la vez y que nació de una virgen mediante el Espíritu Santo; existen, sin embargo, algunas diferencias sustanciales. No son diferencias secundarias, sino difieren en lo esencial. Lo esencial y el mensaje entero de la Biblia es éste: ¡Israel (o Iglesia), Arrepiéntete!

Hay quienes sostienen que el mensaje bíblico en su mayor parte hace énfasis en las relaciones sociales o con el prójimo. Si fuera ese el esfuerzo de Dios en dejarnos Su Voluntad escrita, digamos que ha fracasado porque se han escrito libros de relaciones interpersonales mucho mejor explicados que la Biblia, sin tantas profecías extrañas y en nuestros idiomas orginales. Por otra parte, si Dios estuviera interesado solamente en cultivar buenas relaciones con nuestros vecinos, habrían pasajes que se oponen a este fin:

«No penséis que he venido para traer paz a la tierra;  no he venido para traer paz,  sino espada.  Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre,  a la hija contra su madre,  y a la nuera contra su suegra;  y los enemigos del hombre serán los de su casa.  El que ama a padre o madre más que a mí,  no es digno de mí;  el que ama a hijo o hija más que a mí,  no es digno de mí» (Mateo 10:34-37)

Aquel mismo día llegaron unos fariseos,  diciéndole:  Sal,  y vete de aquí,  porque Herodes te quiere matar. Y les dijo:  Id,  y decid a aquella zorra:  He aquí,  echo fuera demonios y hago curaciones hoy y mañana,  y al tercer día termino mi obra. (Lucas 13:31-32)

Y haciendo un azote de cuerdas,  echó fuera del templo a todos,  y las ovejas y los bueyes;  y esparció las monedas de los cambistas,  y volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas:  Quitad de aquí esto,  y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado. (Juan 2:15-16)

En los anteriores tres pasajes,  Jesús ha desafiado a los religiosos de su tiempo, demostrando que la moralidad y el buen juicio no son los únicos aspectos, o los aspectos centrales de Su Voluntad para nosotros.

Existen otra clase o grupo de pseudo cristianos (son pseudo cristianos por lo menos mientras abracen estas creencias) que creen que la Biblia contiene un conjunto de enseñanzas acerca de cómo vivir mejor, cómo aprender de los errores de una etnia ajena a nosotros (los israelitas) para que nuestras culturas crucen por el modernismo sin mayores problemas. ¡De los problemas se aprende!, dicen algunos por ahí.

Con razón Pablo les decía a los Gálatas (cristianos de Galicia) «¡Gálatas insensatos! Quién lo hechizó para no obedecer a la Verdad»… acto seguido les recuerda el sacrificio de Cristo en la cruz, «… a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?» ¿Qué quiere decir Pablo con esto?, ¿es que se desvían de la verdad por no tener presente el sacrificio de Cristo? ¡Claro que sí! El mensaje central no es aprender de los errores de los antiguos sino de tener presente la cruz de Cristo, el evangelio verdadero es éste: que nosotros estábamos muertos en nuestras transgresiones y pecado delante de Dios, y Él nos ha reconciliado por medio de Su Hijo. Cuándo éramos enemigos de Dios, Él nos ha reconciliado. ¡Que amor! Pero también que condenación, porque el que no acepta este mensaje «ya está condenado, porque la luz vino y al mundo pero los hombres amaron mas las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Juan 3:19)

Los seres humanos estamos alejados de Dios, somos enemigos de él. Por supuesto ninguno de nosotros lo supo hasta que recibimos el mensaje del Evangelio. Los mas bienaventurados han recibido el evangelio sin mancha desde un principio, pero no fue asi con todos. A algunos de nosotros nos ha tocado saltar de doctrina en doctrina, hasta que Dios en su misericordia y por medios providenciales, nos ha permitido hallarle mientras hemos podido hacerlo.

Y cuando, ya le hemos hallado y nos hemos dado cuenta de nuestra perversidad y rebelión hacia Él, no hacemos mas que glorificarlo por la bondad y misericordia que hemos recibido de Él. Nos arrepentimos y nos volvemos a Él dia tras día.

Es en esta etapa cuando empezamos a pensar en la soberanía de Dios. ¿Es Dios soberano? No es difícil de responder: Sí, es soberano. Bien, entonces nos queda aún otra pregunta: ¿Cuál es el alcance de Su Soberanía? ¿Existe algún recóndito lugar en el universo o en nuestro corazón que esté fuera del alcance del accionar de Dios?

Oh Jehová,  tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme;  Has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo,  Y todos mis caminos te son conocidos.  Pues aún no está la palabra en mi lengua,  Y he aquí,  oh Jehová,  tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste,  Y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí;  Alto es,  no lo puedo comprender. ¿A dónde me iré de tu Espíritu?  ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos,  allí estás tú;  Y si en el Seol hiciere mi estrado,  he aquí,  allí tú estás. Si tomare las alas del alba  Y habitare en el extremo del mar, Aun allí me guiará tu mano,  Y me asirá tu diestra. Si dijere:  Ciertamente las tinieblas me encubrirán;  Aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti,  Y la noche resplandece como el día;  Lo mismo te son las tinieblas que la luz. Porque tú formaste mis entrañas;  Tú me hiciste en el vientre de mi madre (Salmo 139:1-13)

En este salmo, David lo explicaba muy bien; no existe ningún lugar, por recóndito que sea, que Dios no pueda alcanzar y no pueda tener un perfecto conocimiento aún de nuestros pensamientos y de los pensamientos que aún no hemos tenido.

Por esta razón es que sostenemos que Dios tiene misericordia de quien Él quiere tenerla y ha elegido a Su Pueblo para salvación desde antes de la fundación del mundo para que alabemos sus maravillas y publiquemos su Verdad.

Si crees que Dios te está llamando al conocimiento del Evangelio sin mancha, te diria lo siguiente: «Arrepiéntete y cree en el Señor Jesús, el dador de la vida eterna». Amén.